Como parte de la Segunda Jurnada Bloguera de No más Violencia Contra las Mujeres publico uno de los cuentos que saldrá en un libro de cuentos que publicaré en un futuro.
*Basado en hechos reales.
Nunca podré olvidar la noche en que A. se paró en el púlpito de la iglesia a cantar un coro. La iglesia penecostal a la que asistía desde pequeño tampoco olvidará esa noche. Tomó el micrófono y justo cuando iba a comenzar a cantar se abrazó al púlpito bajó la cabeza y comenzó a llorar. Era la primera vez que algo así pasaba. Yo tenía unos 15 años y no entendía que pasaba. El pastor se paró de su silla y los casi 300 miembros que estábamos allí hicimos un silencio reverencial. Muchos creían que iba a profetizar, eso es algo que ocurre en nuestra religión y se estima mucho, pero al ver que no profetizaba, el llanto era desconsolado y no terminaba el pastor y su esposa fueron al altar la tomaron de la mano y la llevaron a la oficina. Aquello era algo serio...
A. era una muchacha bien alegre. Una pentecostal criada entre pentecostales y casada con un pentecostal criado entre pentecostales. El cristianismo se respiraba en su hogar, o al menos eso pensábamos hasta ese día. Su esposo E. no estaba esa noche, algo raro pues él era el chofer de una de las guaguas y era un fiel miembro que no se perdía un culto. La gente siempre admiraba lo tranquilo que era. Los dos hacían una buena pareja. Ella viva y animada, él tranquilo y sosegado. Ya tenían dos hijos, dos hermosos hijos que estaban siendo criados en un hogar cristiano a la luz de las enseñazas de la Palabra de Dios, o al menos eso pensábamos hasta ese día.
Allí en la oficina el llanto de A. era incontenible. Llegó el momento en que se transformó en un grito de angustia. La oficina de la iglesia era bien cerrada y nadie podía ver hacia dentro así que ella podía desahogarse de lo que fuera que estaba pasando. El sonido de las panderetas ahogaría cualquier ruido que saliera de la oficina. La esposa del pastor le acariciaba el pelo como lo haría una madre con una hija. El pastor miraba con extrañeza aquello pues desde ese día su vida cambiaría. Era la primera vez que iba a ver que no todo lo que brilla es oro.
A. y E. se casaron jóvenes. Como todo matrimonio cristiano las cosas se hicieron como "Dios manda". Él la visitaba a ciertas horas y no se podían ver a solas en ninguna parte. El papá de A. era bien estricto en ese aspecto y su nena se iba a casar vestida de blanco ante un altar cristiano pentecostal. El día de la boda fue una fiesta inolvidable. "A esos dos los unió Dios en el cielo", decían algunos. La alegría de ambos era tan linda. Fue una de esas bodas llenas de nostalgia y romanticismo porque se sabía que los dos se complementaban perfectamente, o al menos eso pensábamos hasta ese día.
Cuando nació el primer hijo fue varón y se le puso el nombre de papá como es la costumbre entre muchos pentecostales. Un saludable "machito" de 7 libras y pico que se parecía a su papá en todo.
El llanto de A. estaba terminando. Ahora eran suspiros intermitentes con uno que otro gesto de dolor.
El pastor estaba siguiendo el programa de consejería tal y como se lo habían enseñado en el Instituto Teológico Mizpa. Cuando una persona tiene una crisis hay que dejar que llore hasta que termine y entonces dejar que hable. Si no habla entonces se le pregunta para saber que sucede pero es preferible esperar a que hable. Era una pena que E. no estuviese allí para poder consolar a su esposa... ¿Donde estaba E.?
"¡Pastor ya no aguanto más!", dijo A. antes de comenzar otra sección de llanto y sollozos desesperantes. La pastora seguía sacando pañuelos de la cajita que el pastor tenía en el escritorio mientras le pasaba la mano por la espalda para tratar de calmar a A. En la iglesia el culto continuó. Pusieron a a otra persona a cantar los coritos y el resto del programa continuó. Las panderetas sonaban golpeadas con alegría. No se sabía si el pastor iba a predicar pues, llevaba mucho rato en la oficina.
La familia de E. estaba allí pues eran miembros de la iglesia. Eran hijos de los fundadores cuando la iglesia comenzó en una casita de madera allá para los años '50 en Cayey. Eran de la segunda generación pentecostal. Sus padres fueron los primeros que llegaron, se convirtieron y allí los tuvieron, y los criaron. Cuando murieron quedaron ellos y estaban criando a la tercera generación de pentecostales dentro de la iglesia que pronto cumpliría sus 75 años de fundación. La madre de E. quedó tan extrañada como el resto de nosotros esa noche. "¿Qué le pasó a A.?", le preguntó la Hermana Isolina, una viejita que estaba en esa iglesia desde que tenía 20 años. Nunca había visto algo así en los 50 años que llevaba asistiendo fielmente al templo. Habíá visto crecer a la mamá y el papá de E. y a E. con sus hermanos en la iglesia. La mamá de E. se encogió de hombros, no sabía que estaba pasando.
A. se consoló nuevamente y dijo, "Voy a dejar a E.". Al pastor le dió un salto el corazón y a la pastora se le abrieron los ojos tanto que parecían dos bombillas. Nunca en la iglesia había ocurrido un divorcio, nunca. Allí los que se casaban solo eran separados por la muerte. "¿Qué es lo que está pasando?", le preguntó el pastor. "Ya no aguanto más, el maltrato es demasiado y tengo miedo que mis hijos sufran", dijo A.. "Maltrato" era una palabra que el pastor nunca había escuchado cerca de la palabra matrimonio. "Explícame eso mija", dijo el pastor mientras miraba a su esposa con cara de "qué-pasa-aquí". "Desde que nació E. Junior, E. ha cambiado, comenzó a decirme cosas fuertes y se enojaba facilmente. Cuando la nena nació no mejoró en nada. Llegaba a casa del trabajo y salíamos, veníamos aquí sin que me dijera nada durante el camino. Una noche cuando le pregunté qué pasaba me pegó", cuando terminó de decir eso A. comenzó a llorar nuevamente pero entre sollozos narraba: "Cada día era algo...siempre me culpaba de lo malo que pasaba y me pegaba y me pegaba. Ayer me dió bien fuerte y el nene se asustó cuando me escuchó gritando de dolor. Traté de no gritar como lo hacía siempre pero no pude aguantar." El pastor la miró y le preguntó con sorpresa, "¿E. te pega?". A. comenzó a hablar mirando hacia el suelo, "¡Síiiii pastor. Se pasa pegándome y humillándome. Qué si no sé cocinar, que tengo que tener las cosas listas a tiempo. Me pelea porque quiero terminar el bachillerato y dice que me tengo que quedar en casa para criar los nenes. Yo quiero terminar de estudiar pastor. Mami me cuida los nenes a veces y la mamá de él también, no estamos gastando nada ni nos estamos quedando sin chavos. Todo va bien, es como si yo querer estudiar le causara a él molestia y una vez me tiró los libros en el piso y cogió el libro grande biología y me dió por encima de la espalda con la punta del libro que me quedé sin aire por un rato y creí que iba a morir."
El pastor la miró y le dijo, "Tú dices que te pega pero yo no veo marcas ni nada." La pastora asintió y levantó las cejas pues tampoco veía nada. Entonces A. se levantó de la silla y le dijo, "Claro pastor si él me pega para que andie se dé cuenta. El pastor se quedó pensativo por un momento. E. era tan tranquilo. Desde pequeño fue un niño y joven ejemplar. Fue presidente de los niños y presidente de los jóvenes y ahora es uno de los choferes de las guaguas, miembro de la Sociedad de Caballeros y un predicador de los buenos. Era bien comprometido y se le estaba considerando para inciarlo en el pastorado. Pero...un pastor sin esposa era algo que no se había visto. Todavía no podía creer lo que le decía A. "A., no entiendo lo que me dices con eso de que te pega para que nadie se de cuenta. No veo signos de golpes ni...." En eso A. lo interrumpió y le dijo, "¿Usted quiere ver como me pega?" Comenzó a desabrocharse la blusa de manga larga. La pastora se quedó extrañada y pensó que A. estaba volviéndose loca. Se desabrochó la camisa y le enseñó el pecho. Ahí entre las dos copas del brassier estaban dos moretones. Tenía marcas de arañazos en la barriga y algunas partes se veían moradas y otras menos moradas algunas tenían un color verdoso mezclado con morado, eran golpes viejos. Se viró y le mostró la espalda... más moretones. La pastora abrió la boca suspiró fuertemente casi se desmaya y al pastor se le salieron las lágrimas. Se levantó la falda larga que le llegaba hasta lso tobillos y le mostró en la pierna derecha una marca larga amoretonada, "¡Esto fue con un palo de escoba pastor!". En la pierna izquerda habían más moretones, algunos grandes y otros pequeños. La pastora comprendió porque la muchacha usaba camisas de manga larga y cuello largo cuando vió más moretones en los brazos y una marca en el cuello de cuando E. la agarró para amenazarla de que si le decía algo alguien le iba a ir peor...
Nada en el Instituto Teológico Mizpa había preparado al pastor para esto. Allí estaba A. con la falda levantada, la camisa desabrochada y un mar de moretones corriéndole por todo el torso, los brazos y piernas. Pero E. era un muchacho tan tranquilo... El pastor le dijo, "¿qué vamos a hacer?". "Yo no quiero vivir más en ese infierno, ni quiero que los nenes se crien así", dijo A. con un tono de seguridad en su voz que a veces se quebraba un poco. "Espera un momento", dijo el pastor mientras salía afuera. Allí en el pasillo llamó al copastor y le dijo que se hiciera cargo del mensaje. Los miembros en la iglesia no vimos más al pastor ni a A. esa noche. tampoco volvimos a ver a E.
El pastor entró al al oficina miró a A. a los ojos y le dijo, "¿Que quieres hacer mija?"...
Esa noche salieron por la salida de la oficina sin pasar por la iglesia. Nadie vió cuando el pastor y su esposa se montaron en el carro junto a A. y la llevaron al cuartel para que narrara lo dicho a la policía. Le ofrecieron alojo en su casa y luego ella regresó a vivir en casa de sus papás. E. tenía una orden de protección y también una advertencia de parte de los hermanos de A. que si se acercaba a ella no le iba a ir muy bien, eran cristianos pero él había herido demasiadas mejillas como para seguir recibiendo más bofetadas.
E. no volvió a la iglesia ese día ni nunca más. Comenzó a congregarse en otra iglesia del mismo concilio. A. se divorció de él y luego él ingresó al Instituto Bíblico Mizpa donde hizo su bachillerato en Teología Pastoral. Hoy día E. pastorea una iglesia del concilio. Hoy día E. es un respetado "reverendo" que es amado por su congregación que todavía no sabe que tienen a un pastor divorciado que fue acusado de maltrato conyugal, que nunca pisó una cárcel porque su familia pagó buenos abogados, que golpeaba a su primera esposa, que sabía donde pegar para que la gente no se diera cuenta, que nunca fua a un programa de desvío ni nada, que es bien tranquilo y que tiene una nueva linda familia... otro lindo matrimonio "unido por Dios".